viernes, 9 de julio de 2010

El Balneario de Grávalos deja de ser un cuento


"Hemos llegado esta tarde, después de varias horas de autobús. [...] Ningún acontecimiento del mundo exterior, por triste, por alegre que sea, puede turbar la paz de este balneario, su orden, su distribución, su modorra". Estas son algunas líneas de 'El Balneario', de Carmen Martín Gaite (1953). Así me imagino yo, y jugando al julepe -como en ese cuento- a los bañistas en Grávalos cuando el establecimiento que ahora (ampliado) se va a reinaugurar gozaba de todo su esplendor.


Podemos evocar aquella época leyendo el libro 'Agua y Salud. Historia del Balneario de Grávalos' (Obra Cultural de Ibercaja, 1993), del gravaleño Roberto Jiménez . Tras un minucioso estudio de la documentación municipal -hoy depositada en el Archivo Histórico de La Rioja-, el autor explica cómo el 22 de septiembre de 1839 el Ayuntamiento acordó que "habiendose dignado la Divina Providencia de darnos una Fuente de aguas sulfurosas inmediata a esta población, y que habiéndose obserbado los prodigios, y buenos efectos que ha causado y está causando a la salud pública" se ejecutaran las obras del edificio "con arte, hermosura y solidez". Cuatro años más tarde, y después de muchos esfuerzos para conseguir financiación, se inauguraría el establecimiento de propiedad municipal.



Por ello, entre las condiciones iniciales en la subasta de arrendamiento constaba: "Todos los vecinos de este Pueblo y sus familias podran tomar el agua en baños y demas formas á la vez que los demas concurrentes forasteros, sin retribución por esto de cantidad alguna, pudiendo trasladar la misma para el uso medicinal de los mismos á su propia casa".

La tropa también podía alojarse gratis, con un tope de hasta quince días; cada doce podían beber el agua gratis tres pobres "si los hubiese". En 1848, el Ayuntamiento se comprometió a asistir a aquellos enfermos que no pudiesen trasladarse, desde el pueblo hasta el establecimiento, para recibir asistencia sanitaria. "La ilusión en el pueblo permanecía entera, pertinaz y obstinada y aunque fuese sólo por un año siempre había algún convecino que osaba arrendarlo", asegura Roberto Jiménez.

No obstante, resultaron ser demasiadas condiciones en no muy buenos tiempos. En 1849, tras una década de requerimientos, anuncios y subastas, numerosas dificultades llevaron al Ayuntamiento a enajenar el establecimiento en censo enfitéutico. La primera escritura en estas condiciones data de 1854.

A pesar de todas las complicaciones, este edificio público, "asilo de enfermos", era considerado un prodigio de salud y a él acudían cada año entre 600 y 700 bañistas, "entre ellos personas de la más alta consideración", como por ejemplo el pintor Blanco Lac, que pasó temporadas en el balneario a mediados del siglo XX y pintó en Grávalos alguna de sus obras.

De la última cesión enfitéutica ya hablaremos. De momento, si os gusta Grávalos y el balneario, os aconsejo la lectura de este libro, que nos cuenta las distintas vicisitudes por las que atravesó el balneario hasta 1900. Pero la historia del balneario no queda ahí, ha de ser mucho más larga, ¿no os parece?